Profesionales de la psicología coincidieron en señalar que la serie coreana promueve la disolución de vínculos solidarios a la vez que propone “un alto grado de violencia y crueldad”.

La serie coreana “El Juego del Calamar”, considerada una de las más exitosas de la plataforma Netflix, expone “de manera cruel el capitalismo feroz” que rige en sociedades al “disolver vínculos solidarios” y convertir a los hombres “en máquinas de supervivencia, en un número sin identidad, despojando lo humano” bajo el formato de un aparente juego que elimina a los más vulnerables, según psicólogos y sociólogos.

Los profesionales, integrantes de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (Aeapg), analizaron la serie vista por 132 millones de espectadores que relata las experiencias de cientos de personas ahogadas económicamente que aceptan participar de un juego que elimina al menos apto.

Los psicólogos, agrupados en la Comisión “Malestar por la Cultura”, nombre tomado de un libro de Sigmund Freud de 1930, coincidieron en trazar un paralelismo con las sociedades donde rige un capitalismo “cada vez más feroz” y se cuestionaron los motivos que hicieron tan atractiva la serie que propone “un alto grado de violencia y crueldad”.

El psicólogo y psicólogo social Natan Sonis aseguró que la serie “muestra perfiles de marginalidad y fracasos de los personajes que no encajan en una sociedad tan expulsiva como la coreana para la cual la Organización Mundial de la Salud la ubicó en el sexto lugar de países con la más alta tasa de suicidios”.

Los especialistas reflexionaron sobre un sistema al que apuntaron por disolver los vínculos solidarios. “Nos reconfigura en la ley de la selva, con seres expulsados y obligados a ser una máquina de supervivencia, en donde renuncian a su dignidad para conservar la vida”, opinó Sonis.

Para Lucila de la Serna, los personajes “carecen de rasgos identitarios” y firman un contrato lo que da “un marco de legalidad”.

Sobre los guardias, agregó, “existen reglas estrictas para no mostrar sus rostros, para no generar lazos entre ellos ni intercambios verbales. prescindiendo de lo humano”.

“Esto nos lleva a pensar cómo en ciertos sistemas bajo un marco de legalidad que los habilita para crecer y actuar, el fin es destructivo y de aniquilación de la humanización”, expresó De la Serna quien consideró que “las escaleras en la que van los jugadores cuando terminan cada juego no se saben hacia dónde van. No se ve quién va ni quién viene”.

Indicó que esto es en definitiva “el hombre del neoliberalismo convertido en una pieza más del engranaje que mueve la máquina. Hombre y máquina son lo mismo y su pensamiento queda alienado, por lo que no se da cuenta que lo lleva a su propia destrucción”

La psicóloga Silvia Shlafman comparó a los jugadores con la situación de los migrantes que se plantean en algunos personajes de la serie. “Ellos están en una condición de máxima vulnerabilidad y desamparo, huyendo de condiciones de precariedad pero cuando llegan son despojados de sus derechos más básicos y existe una amenaza de expulsarlos” dijo la profesional.

Al aludir a “luz roja, luz verde”, el primero de los juegos que deben atravesar los jugadores, lo comparó con “el poder hegemónico que guía los ritmos de cada movimiento y el que no lo entiende será eliminado”.

Shlafman consideró que esta alegoría es “una de las muestras más descarnadas que expone el Juego del Calamar, ya que evidencia el anonimato y el total desinterés hacia la historia del otro que debe reinar en el juego para evitar las empatías y la identificación con el semejante”.

Por su parte Aníbal Repetto, psicólogo y profesor universitario, se cuestionó los motivos que lo llevaron a ver todos los capítulos. Destacó que, al igual que un pasaje de la serie, decidió salir y volver a entrar “por la porción sádica que tenemos todo ser humano”.

“Las equivalencias de acumulación de riqueza mediante el esfuerzo individual a costa del sufrimiento propio y ajeno y en beneficio del perverso que impone la ley, con alimentación, salud e higiene negados, para lo cual debe pagar con su propia vida” son claras en la serie, dijo Repetto.

Y añadió que “esta individualización extrema que proponen los sistemas capitalistas, la fragmentación para impedir lo colectivo, transformar a grandes velocidades para que solo quede la posibilidad de atacar o defenderse en lugar de una salida colectiva, me hizo recordar a la Argentina del 2001”.

“Pero en muchos sistemas se elige democráticamente -como en la serie- las imposiciones del tirano, casi una publicidad de algunos gobiernos que se rigen en guardianes de la democracia y usurpan derechos disfrazados de protección y los perversos se autoproclaman como dadores de oportunidades”, agregó.

En tanto para Alicia Levin la serie propone “un efecto ilusorio de la libertad, si se gana, se gana dinero y si se pierde, se pierde la vida. Esta alegoría es como opera el tecnocapitalismo en algunas subjetividades y es el fiel reflejo de la sociedad coreana y es transversal a otras sociedades”.

“En el Juego del Calamar nos vemos algo reflejados como posibles jugadores pero no vendrán a acuchillarnos si perdemos, seguiremos con la supervivencia de las tarjetas de crédito, las cuotas y el financiamiento que nos ahoga, la pandemia, la competencia entre nosotros, descuartizarnos en las redes sociales. Se trata de someternos en temas que rompen lazos y fomentan el individualismo”, aseguró la psicóloga.

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