En la Argentina los caballos son considerados un símbolo de lealtad, nobleza, compañerismo y belleza. El consumo de su carne está prohibido y además, por razones históricas y culturales, la sola idea de sacrificar un ejemplar para consumirlo provoca rechazo en la mayoría de la población.

A pesar de ello, se faenan cientos de miles, que salen ya en prolijas bandejas hacia Europa y Rusia. La semana pasada se estrenó un conmovedor documental realizado por la Tierschutzbund Zürich y Animal Welfare Foundation, junto con una coalición de organizaciones europeas de Francia, Bélgica, Alemania, España, la representación argentina de la Fundación Franz Weber y el Centro de Rescate y Rehabilitación Equino (CRRE), con el objetivo de develar las condiciones en que este negocio se desarrolla en nuestro país, y lograr así que la Unión Europea (UE) deje de importar carne desde la Argentina, como sucedió hace algunos años con Méjico y Brasil.

¿La razón? El incumplimiento de muchas de las reglas -que involucran tanto al bienestar animal como a la trazabilidad de los mismos- que la UE requiere para que la carne pueda ser importada y consumida.

Al tiempo que se suceden las duras imágenes captadas por el grupo de investigación, que viajó repetidas veces a la Argentina para visitar mataderos y campos de acopiadores de caballos, y algunas entrevistas, una voz en off enhebra el relato que deja en evidencia los puntos más oscuros de este negocio: en definitiva, el destino que padecen nuestros caballos cuando dejan de ser útiles.

A pesar de que en muchos ambientes se habla con naturalidad de “el tacho”, manera coloquial para definir al matadero, muchísimos amantes, criadores y deportistas se avergüenzan de confesar esta realidad y se rehúsan a averiguar demasiado acerca de lo que sucede una vez que sus caballos salen de su territorio. Otros desconocen esta realidad. Un caballo quebrado, viejo o que ya ha cumplido su ciclo deportivo significa mucho dinero para mantenerlo. Y muchas veces, aunque duela, es razón suficiente para dar lugar a los más jóvenes que vienen detrás y ganar algún dinero con los que ya no sirven.

Se trata de un negocio que “desde el punto de vista económico, poco aporta al bienestar del país”, explica Alejandra García, de la Fundación Franz Weber y encargada del Santuario Equidad en Córdoba. “Es más, si terminara, traería alivio en las zonas rurales adonde el robo de caballos es el pan de cada día”, agrega.

Es que un gran porcentaje del negocio se alimenta de caballos robados en los pueblos y en campos. Muchas veces van a parar al acopiador, que es quien normalmente “acopia” los caballos en su campo antes de llevarlos al frigorífico; otras van directamente al matadero. Según denuncia el documental, que lleva el título Un entramado de mentiras y puede verse en YouTube, “son cinco las familias que tienen el negocio del acopio de caballos para faenar, y también están involucrados empleados del Senasa y policías.”

Senasa es el organismo encargado de la fiscalización y certificación de los productos y subproductos. Consultado para esta nota, afirmó: “El organismo tiene a este tema desde hace años dentro de sus preocupaciones principales, habiendo emitido regulaciones muy específicas sobre el mundo equino, como la de acopiadores previo a envío a faena, bienestar animal y la vinculada a la identificación electrónica de los animales, que se suman y mejoran a las actuales declaraciones juradas donde se identifica sexo, edad y pelaje. Lo que está a la vista es que los dueños de los equinos son responsables por la Ley Senasa, pero por una cuestión cultural estos son materia de descarte. A eso se suma la falta de registración sanitaria y los robos de los mismos”.

En el ambiente de caballos es sabido que ante un robo, el dueño del caballo debe moverse rápido y llegar al frigorífico más cercano. Son bien conocidos algunos célebres robos, como por ejemplo el de algunas de las mejores yeguas del polista Adolfo Cambiaso, que afortunadamente fueron identificadas y recuperadas, luego de que toda la zona de Cañuelas se pusiera bajo alerta. O el de un famoso campeón pura sangre de carrera, identificado en el frigorífico y rescatado de allí.

El documental es el resultado de una larga investigación que expone claramente los sufrimientos a los que son sometidos los caballos antes de ser sacrificados, así como muchas de las transgresiones a las reglas que impone la Unión Europea. Deja en evidencia cómo los caballos robados son transportados de noche o con documentos falsos. La comunidad europea tiene reglas muy estrictas con respecto al bienestar animal, y exige que aquellos ejemplares que llegan heridos, deban ser atendidos por un veterinario. Las yeguas preñadas deberán parir, y sus crías destetadas antes de que las madres puedan ser sacrificadas. Se les proveerá de sombra, comida y espacio digno… Necesidades básicas para cualquier animal y que todo hombre de campo conoce.

Pero la realidad reflejada en el documental es bien distinta. Los caballos agonizan en los camiones y son arrastrados con cadenas y abandonados a su suerte, en lugar de ser eliminados inmediatamente para evitar el sufrimiento. Las yeguas preñadas mueren durante la espera en los corrales, y los caballos quebrados o heridos son castigados sin la más mínima piedad. Los cuatro mataderos de la Argentina intentan disimular todo esto detrás de los rigurosos muros que los rodean, ya sean de cemento o de lona. Funcionan dos en la provincia de Buenos Aires; uno, en la de Córdoba, y uno, en la de Río Negro; un quinto, en Entre Ríos, acaba de cerrar, aunque no se sabe si definitivamente.

Un entramado de mentiras incluye entrevistas con personas (a las que se les oculta la cara) involucradas en el negocio de la carne de caballo. También con el exministro de Seguridad bonaerense Cristian Ritondo, respecto del caso de Ezeiza, donde se hallaron 400 animales en estado de abandono y desidia.

Otro de los problemas que delata el documental es la administración de fenilbutazona, medicina considerada como una aspirina en el mundo de los deportes con caballos, pero inaceptable en Europa, amén de anabólicos y esteroides, imposibles de detectar en algunos deportes ecuestres, debido a la inexistencia de antidoping.

Como los auditores de la Comunidad Europea anuncian sus visitas a la Argentina con anticipación, todos los escenarios son cuidadosamente preparados. La trazabilidad de los caballos es inexistente y ya esto sería razón suficiente para que la UE prohíba importar la carne desde nuestro país. Una petición en Change.org se une a este reclamo.

En tiempos de coronavirus, además, el mundo tiende a imponer reglas cada vez más estrictas con respecto al consumo animal. Ya no se trata de proteger a los animales, sino al desprevenido consumidor que elige una aséptica bandeja con carne de caballo en un supermercado de alguna ciudad extranjera. Una bandeja proveniente de un país en el que los caballos son uno de sus orgullos.

Por: Isabel de Estrada

fuente:LN

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