Son las de la torre tétrica de La Boca, el taxista espectral de Chacarita y el vampiro de Flores. Además, de qué murió la joven Rufina, enterrada en una de las tumbas más bellas de Recoleta.
La construcción, justo en el cruce de Almirante Brown con Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós, en La Boca, es preciosa. Una torrecita, con flores y flores, entre curvas y almenas. Se trata de una obra emblemática del arquitecto gallego Guillermo Álvarez (1880-1929), pionero del modernismo en la Ciudad de Buenos Aires. Se lo encargó, para alquilarlo, María Luisa Auvert Arnaud, estanciera de Rauch, Provincia de Buenos Aires. Le pidió que tuviera influencias catalanas, como los ancestros de ella. Por eso, la decoración, con ecos lejanos de la movida que encabezó el arquitecto Antonio Gaudí, creador de la iglesia la Sagrada Familia de Barcelona. Pero esto no es lo único que asombra de la edificación: algunos la llaman “la torre del fantasma”.

Una de las versiones más difundidas de la leyenda que le dio ese apodo a la torre es la que dice que la estanciera María Luisa compró en España las plantas para su “castillo” de La Boca. Que las plantas tenían hongos alucinógenos y duendes insoportables. Tan insoportables que ella se mudó de vuelta al llano. Entonces es cuando aparece la pintora Clementina, inquilina, a quien los duendes, enojados porque alguien los había fotografiado, obligaron a matarse. Pero -sigue el cuento- quedó el alma de Clementina allí, entre las flores y los bordes dentados de la torre, errante…

La Ciudad de Buenos Aires no tiene un monstruo célebre -y real- a nivel internacional, como Jack, el destripador, cuyos asesinatos en serie son motivo de tours por Londres. Pero en Capital hay personajes e historias, historias de crímenes, historias de muertes misteriosas y leyendas de fantasmas y de vampiros, separadísimas por la veracidad y unidas por el morbo. Entre las verdaderas, aparece la de cómo mataba chicos el Petiso Orejudo. O la de Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat. En el medio, entre los hechos comprobados y la fantasía, la de Rufina Cambaceres, a quien encontraron desvanecida en su casa del actual Pasaje Europa, en Barracas, el 31 de mayo de 1902, justo cuando cumplía 19 años.

La tumba de Rufina es una de las más fotografiadas del Cementerio de la Recoleta. De estilo Art Nouveau, fue encargada al escultor alemán Richard Aigner en 1903 y muestra a la chica rodeada de flores, con una mano apoyada, suave, sobre un picaporte. Tal vez, como metáfora de su presunto intento por salir y vivir.
Las versiones sobre qué le pasó a Rufina son variadas. La más popular dice que sufría de catalepsia: la creyeron muerta, la llevaron al Cementerio y después descubrieron que había tratado de salir del ataúd.
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Como el de Rufina es un caso es conocido, uno cree que lo sabe todo. Pero no. Lo contó Clarín en esta nota GPS. ¿Por qué no? “Se dice que encontraron el interior del ataúd arañado, con el raso roto, pero el cuerpo se coloca en uno metálico que va dentro del de madera”, explicó el investigador Diego Zigiotto, quien trabaja en este tipo de relatos -y en otros- desde hace más de 16 años, es autor de dos tomos de “Buenos Aires Misteriosa” (Ediciones B) -el último, sobre la Ciudad, se titula “365 días en Buenos Aires”- y organizador de visitas guiadas por rincones del terror porteño.

Sobre el caso de Rufina, Zigiotto agregó: “Otra versión apunta a que ella logró salir de la tumba y, cuando llegó a las rejas del Cementerio, murió de un ataque al corazón. Pero, otra vez, es al menos poco creíble que haya podido moverse como para romper un cajón desde adentro. Además, varios familiares descartaron la catalepsia. Así que lo único concreto es que, según el certificado de defunción, tuvo un ‘síncope'”.
Las historias tétricas se acumulan también en torno al Cementerio de Chacarita. Las hay de chicas pálidas -muertas- que seducen a jóvenes. Aunque, con variantes, este relato se repite con cementerios de buena parte del país como escenarios, apuntó Zigiotto. Sin embargo, hay otras propias de Chacarita.
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“Se cuenta que sobre el paredón de la avenida Jorge Newbery, a metros de Warnes, aparece una figura espectral, tanto que se puede ver a través de ella: es el cuerpo de un hombre, colgando de un viejo árbol”, relató a Clarín Hernán Vizzari, investigador y defensor del patrimonio de este Cementerio desde hace más de 12 años. Por eso, Vizzari fue llamado “el explorador del Cementerio de Chacarita” y, más recientemente, “el explorador de la Ciudad de Buenos Aires”.
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“La supuesta aparición del ‘ahorcado de Chacarita’ dio lugar a hechos concretos, como llamados a la policía de vecinos aterrados”, continuó Vizzari. Y aclaró: “¿Quién sería? Como todo mito, está rodeado de conjeturas. Una es que se trata del alma de un hombre que, después de pasar meses visitando las tumbas de su mujer y de su hijo fallecidos en un accidente, decidió suicidase ahí. Otros piensan que se desprende de la época de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 cuando, en el viejo cementerio, hoy Parque Los Andes, un sepulturero no pudo soportar ver tanta muerte y desolación y se colgó”. De hecho, el Cementerio de Chacarita fue fundado tras aquella epidemia. En 1871 parte del lugar se convirtió en el Viejo Cementerio, que colapsó -hubo hasta 564 inhumaciones diarias– antes de que inauguraran el actual, en 1886.
fuente:clarin