La respuesta no es ningún misterio para la psicología, si nos basamos en uno de los principios más básicos de las teorías de la percepción: la mente siempre rellena los huecos que no ve. Lo hace con figuras incompletas, también con los rostros.
El subconciente frecuentemente completa una imagen, porque necesitamos darle un sentido a cualquier cosa que tengamos delante y si no se presenta, nos la inventamos. Concretamente, en lo que se refiere a la percepción de las personas, entran en juego las leyes de la Gestalt, cuando rellenamos la mente atribuye la mejor forma posible a ese preconcepto.
Si veo a un pibe rubio, alto y de ojos claros, automáticamente voy a presuponer de inmediato una dentadura blanca y perfecta, un rostro simétrico y unos labios carnosos, por ejemplo.
Es decir, le atribuimos unas facciones en las que prima una agradable mesura, aunque quizás en realidad sea todo lo contrario.
La investigación
Un grupo de investigadores de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, pusieron a unas 500 personas a evaluar el atractivo de una serie de congéneres en fotos con y sin mascarillas.
“Los rostros cubiertos con mascarillas quirúrgicas pueden ser juzgados como más atractivos que aquellos que no lo están”, concluyeron en sus resultados, publicados hace un par de meses con el título de “Beauty and the mask‘”.
“Se demuestra que el parámetro que seguimos para tachar de belleza o no a una persona es la simetría facial: a los rostros más simétricos los consideramos más hermosos. El tapabocas, al ocultar las posibles asimetrías (en nariz, dientes, boca, mentón), hace que ese rostro nos parezca, por así decirlo, menos imperfecto de lo que en realidad podría ser“, concluyó.