Si miramos la carrera del crecimiento económico acumulado entre 2002 y 2019 Argentina parece la liebre, mientras que otros países como Perú, Chile o Colombia lucen como la tortuga.

Cuenta la famosa historia que la tortuga y la liebre corrieron una carrera. La liebre, naturalmente dotada para la velocidad, picó en punta. Sin embargo, muy confiada en sus espectaculares dotes, se relajó en el medio de la competencia y comenzó a sobrar a su rival. La tortuga, lenta pero constante, y concentrada en su objetivo, avanzaba poco a poco. El resultado, para sorpresa de todos, fue que el reptil le ganó al mamífero. Y la moraleja es que, a largo plazo, lo que importa es la constancia y la dedicación.

Tortugas, liebres y América Latina

Adaptándolo un poco, el cuento sirve para explicar la dinámica reciente en América Latina. Es que si miramos la carrera del crecimiento económico acumulado entre 2002 y 2019 Argentina parece la liebre, mientras que otros países como Perú, Chile o Colombia lucen como la tortuga. ¿Por qué decimos esto?

Porque como se observa en el gráfico de abajo, entre 2002 y 2008 la Argentina estaba cómodamente a la cabeza del crecimiento regional. Entre 2002 y 2008 las tasa de crecimiento de Argentina eran espectaculares y América Latina avanzaba a paso de tortuga en comparación.

Entre 2008 y 2011 la carrera se puso más pareja. Argentina siguió en el primer puesto, pero Uruguay y Perú achicaron la distancia, un poco por la crisis internacional y otro poco por el conflicto con el campo.

Después de 2011 todo fue cuesta abajo. En 2012 quedó en el segundo puesto. En 2013 pasó al tercero. En 2014 se ubicó cuarto y en 2015 peleó cabeza a cabeza con Paraguay el quinto puesto en la carrera del crecimiento. Ya en 2016, el país fue relegado al último puesto entre estos competidores, algo que no pudo modificarse hasta la actualidad. ¿Qué fue lo que ocurrió? Que rebotar es fácil, pero crecer exige reformas estructurales.

Rebote insostenible

Entre 2002 y 2011 Argentina no había modificado significativamente nada de su deficiente marco institucional. Teníamos la misma legislación laboral anti-empresa que existe hoy y la misma carga tributaria que hace imposible el trabajo productivo legal. Por otro lado, la inseguridad jurídica era elevadísima y el país estaba en default.

Sin embargo, la fuerte devaluación había licuado tanto los salarios que el país crecía a “tasas chinas” a pesar de todo. Fue todo un gran rebote cíclico.

Ahora en medio de ese rebote se tomaron todo tipo de medidas insostenibles:

  • Emisión monetaria
  • Aumento del gasto público
  • Restricciones a las exportaciones
  • Controles de precios
  • Congelamiento de tarifas.

El crecimiento estaba condenado a detenerse. Y eso fue lo que ocurrió.

El “modelo de crecimiento con inclusión social y matriz diversificada” (A.K.A. Kirchnerismo) terminó en el cepo cambiario, una medida exótica en medio de un mundo abierto al comercio y los flujos de capitales. El cepo K fue el punto de llegada para un modelo insostenible, pero también el punto de partida de un proceso largo de estancamiento con elevada inflación.

En 2016 llegó el macrismo, pero también le esquivó a las reformas estructurales. Es cierto que salió del cepo, le pagó a los “holdouts” y redujo algunos impuestos. No obstante, la carga tributaria total no bajó significativamente, la regulación laboral es la misma que antes y el país sigue tan lejos del mundo como hace 10 años.

Por si esto fuera poco, el déficit fiscal heredado no solo no bajó en los primeros tres años de gobierno sino que se incrementó, y la diferencia fue financiada con un aumento de u$s112.000 millones de deuda pública. Obviamente, cuando se acabó el financiamiento, el sistema colapsó.

Reformas ineludibles

La lección de la fábula sobre la tortuga y la liebre es que no hay que burlarse de los demás y que para alcanzar un objetivo hace falta consistencia y constancia.

La lección de nuestro patético crecimiento acumulado entre 2002 y 2019 es que Argentina tiene que hacer reformas estructurales.

Esto implica reducir el gasto público para bajar el déficit fiscal y los impuestos, y desregular la economía para que el sector privado pueda producir más e incluso exportar. Perú, Chile y Colombia tienen economías mucho más flexibles, con orden fiscal y menor peso del estado sobre el sector privado. Mal no les ha ido.

 

Fuente:    Ámbito

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