“Me sentía asustada, sola y atrapada. Empecé a tener pensamientos suicidas, me empecé a cortar”, relató la deportista, quien apuntó contra el entrenador Alberto Salazar por haber abusado psicológica y físicamente de ella.
“Yo fui la chica más rápida de Estados Unidos, hasta que firmé con Nike”. El título que encabeza el artículo en el que Mary Cain ofreció, en un video de 7 minutos, su testimonio este jueves en el New York Times, es elocuente.
La chica era cosa seria en el atletismo. Con 16 años, pulverizaba récords. A los 17 años ya fue finalista del mundo en 1.500 metros y a los 18 fue campeona mundial junior en los 3.000.
Un potencial que no pudo pasar desapercibido para Alberto Salazar, destacado entrenador que formaba parte del Proyecto Oregon, un programa al que la marca de la pipa le había dado forma buscando desarrollar a los mejores y más rápidos atletas del mundo. El coach la llamó y la invitó a ser parte. Ella, que perseguía su sueño deportivo, ni lo dudó.
“Era el entrenador más famoso del mundo y me dijo que yo era la atleta más increíble que había visto en su vida”, relata Cain, que actualmente tiene 23 años. Su emoción no era para menos: Salazar fue el orfebre de talentos como Mo Farah, cuádruple campeón olímpico y séxtuple campeón mundial.
“Me uní porque quería ser la mejor mujer de la historia -afirma Mary, mirando a cámara-. En lugar de eso, fui emocional y físicamente abusada por un sistema diseñado por Alberto y avalado por Nike”. La mujer asegura que intentaban convencerla de que para ser mejor, debía ser más, y más, y más flaca.
Cain denuncia también que no había nutricionistas ni psicólogos. “Era una banda de gente fanática de Alberto”, afirma antes de narrar que la pesaban delante de todos y le gritaban si no cumplía con las metas, o que la forzaban a perder 2 kilos si no ganaba una carrera.
Según su relato, durante tres años perdió su período menstrual a causa de todo eso por llevar su cuerpo a límites que no estaba preparados para soportar. Más aún: se quebró cinco huesos.
“Me sentía asustada, sola y atrapada. Empecé a tener pensamientos suicidas, me empecé a cortar”, dice Cain, al borde del llanto. Sin llegar a quebrarse, toma fuerzas y continúa: “Nadie hizo nada”.
Después de una carrera, una tarde lluviosa, les contó cómo se había estado autoflagelando: la mandaron a dormir. Ahí se cansó. “Fue el momento en que me di cuenta de que ese sistema era enfermizo”.
fuente:clarin