Este efecto se produce cuando los horarios de sueño del fin de semana o de los días libres son muy diferentes a los de los días de clase. Los alumnos de quinto año son los más afectados.
No hace falta viajar a lugares recónditos del mundo para que el cuerpo entre en ese incómodo estado llamado jet lag, una mezcla de mareo con horarios de sueño y apetito cambiados: todos estamos expuestos al jet lag social, que se produce cuando los horarios de sueño del fin de semana -o de los días libres- son muy diferentes a los horarios de los días laborales. Esa interrupción en los patrones naturales del sueño puede repercutir en la salud de diversas formas, provocando desde mal humor o menor rendimiento académico y cognitivo hasta enfermedades cardíacas u obesidad.
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Un equipo de investigadores del CONICET liderados por la neurocientífica María Juliana Leone comprobó que los adolescentes argentinos que concurren al turno mañana de la escuela secundaria son quienes más perjudicados se ven con este estado, y padecen hasta cuatro horas de jet lag social, lo que puede resultar nocivo para su proceso de aprendizaje. El trabajo acaba de publicarse en la revista Nature Human Behaviour.
“El sueño está subestimado, y en la adolescencia es fundamental”, advierte Leone, que trabaja en el Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). El cronotipo, explica la científica, es el horario biológico interno de una persona, que está regulado por un reloj que se aloja en el cerebro, y va cambiando con la edad. En la madurez las personas tienden a levantarse más temprano, pero en el caso de los adolescentes, su cronotipo tiende a ser más nocturno, es decir que naturalmente se duermen más tarde.
De hecho, biológicamente, el momento de mayor vespertinidad se da al final de la adolescencia, alrededor de los veinte años. Por esa razón, también deberían levantarse más tarde, ya que de esa forma lograrían cubrir el período de sueño que recomiendan los organismos de salud mundial, que sugieren que los adolescentes deben dormir entre ocho y diez horas. Sin embargo, la escuela suele iniciar el turno matutino antes de las ocho de la mañana, lo que en muchos casos provoca que se les acorte el período de sueño. Con esos datos sobre la mesa, los científicos pusieron la lupa en la interacción entre el cronotipo de los adolescentes y el horario escolar, para intentar examinar cómo influye esa interacción en su rendimiento académico.
En qué consistió el estudio
Para comenzar el estudio, en 2015, 753 estudiantes argentinos de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini completaron un cuestionario confeccionado por el equipo de científicos. Esa muestra incluyó a treinta comisiones en total: quince comisiones de primer año –cinco del turno mañana, cinco del turno tarde y cinco del turno vespertino- y quince de quinto año –también cinco del turno mañana, que comienza a las 7:45, cinco del turno tarde, que inicia a las 12:40, y cinco del turno vespertino, que arranca a las 17:20-.
La muestra elegida tenía varias características únicas. En primer lugar, no existían trabajos científicos previos de otros países que incluyeran el horario vespertino (solo existían muchos que contemplaban el turno mañana y algunos que incluían además el turno tarde). En segundo lugar, el número de estudiantes que participaron del estudio. Finalmente, la asignación aleatoria de los estudiantes a los turnos escolares al inicio de la escuela secundaria.
En el cuestionario, los científicos indagaron en cuestiones como qué horarios de sueño manejan los adolescentes en días hábiles, a qué hora se acuestan, a qué hora se levantan, cuánto tardan en dormirse. Con esos datos, lograron construir fundamentalmente cuatro variables o indicadores de su sueño.
En primer lugar, obtuvieron el cronotipo de cada adolescente. Para conocer el cronotipo, utilizaron el punto medio del sueño en los días libres de los adolescentes, ya que en los días libres es cuando el sueño se adecúa al horario interno y no depende de factores sociales –si un adolescente se acuesta a medianoche, por ejemplo, y se levanta a las ocho, el punto medio de su sueño es a las cuatro de la mañana-. La segunda variable que obtuvieron fue la cantidad total de horas de sueño. La tercera variable fue el jet lag social, es decir, la diferencia entre el horario del dormir en los días libres y en los días hábiles de escuela. Y la cuarta variable, fue la proporción y duración de las siestas, que les permitió conocer la cantidad total de horas total que duermen cada día.
Una vez obtenidas todas las variables, lo que siguió fue entrecruzar esos datos con las calificaciones de cada adolescente encuestado, información que les proveyó la propia escuela. “Lo que nosotros nos preguntamos en este trabajo, en primer lugar, fue cómo afecta el horario escolar al sueño de los adolescentes, que es una cuestión que hasta ahora nunca se había estudiado en nuestro país”, resume Leone.
“Como científicos, tenemos la intuición de que los argentinos en general somos más nocturnos que los habitantes de otros lugares del mundo, porque nuestros horarios de cenar, por ejemplo, son mucho más tardíos que en Europa o Estados Unidos”, señala la científica, que también es parte del equipo de Crono Argentina, un estudio que están realizando en paralelo desde el Laboratorio de Cronobiología, dirigido por el biólogo del CONICET Diego Golombek, para conocer los hábitos de sueño de los habitantes de Argentina en general. Con sus primeros resultados, Crono Argentina pretende evaluar cuestiones como por ejemplo aquella hipótesis de que los argentinos son más nocturnos.
¿Al que madruga Dios lo ayuda?
Al evaluar el rendimiento académico en función del cronotipo, los científicos arribaron a diversas conclusiones. “En primer lugar, en cuanto a los hábitos de sueño, vimos que los adolescentes que asisten al turno mañana duermen muy poco y tienen niveles altísimos de jet lag social”, señala Leone, y agrega que “vimos que ese efecto está exacerbado, sobre todo, en los adolescentes de quinto año, que son los más nocturnos y que acá son particularmente más nocturnos que en otros países”. Es decir que su primera sospecha, sobre la posibilidad de que los argentinos sean más nocturnos, en el caos de los adolescentes se comprobó.
Luego, los científicos indagaron en qué sucede con los distintos cronotipos de los estudiantes al interior de cada uno de los turnos escolares –mañana, tarde y vespertino-. Así lograron detectar diferencias llamativas: vieron que los adolescentes de cronotipo más matutino tenían mejor rendimiento al concurrir por la mañana. Sin embargo, esto no permite discernir si los matutinos, en general, tenían alguna ventaja cognitiva respecto de los más vespertinos o nocturnos –si, efectivamente, “al que madruga Dios lo ayuda”- o si se trataba solo de una ventaja asociada con el horario de concurrencia a la escuela, lo que se llama “efecto de sincronía”.
Lo que vieron entonces es que existen dos efectos: por un lado, que tanto en primero como en quinto año, tienen mejor rendimiento por la mañana los de cronotipo matutino, mientras que por la tarde y la noche, los resultados son más variables. Pero también, que el efecto de que los matutinos sean “mejores” a la mañana es más pronunciado en matemáticas, aunque también se observa en lengua. En el turno vespertino, los de cronotipo más tardío o nocturno obtienen mejor rendimiento en Lengua. “Es decir que no es solo el cronotipo lo que se asocia con un mejor rendimiento académico, sino que la sincronía entre el cronotipo y el horario escolar es también importante: cuando coinciden cronotipo y horario escolar, es cuando se da el horario más adecuado para su aprendizaje”, indica Leone.
En síntesis, los científicos vieron que el rendimiento académico mejora cuando los horarios escolares están mejor alineados con los ritmos biológicos de cada adolescente: cuando el adolescente que es más matutino concurre por la mañana y el más tardío o nocturno, por la tarde o noche respectivamente. Y que sería mejor que matemática no estuviera en las primeras horas del cronograma escolar, ya que eso va en detrimento de los adolescentes más nocturnos.
“Se podría recomendar, en base a nuestro estudio, que la escuela empiece más tarde: eso es algo que beneficiaría a todos los adolescentes, si bien este experimento es investigación básica y se necesitan más estudios para poder hacer una recomendación práctica acabada”, aclara Leone. “También podría revisarse que al menos empiece más tarde a la mañana, al menos para los adolescentes de los últimos años de la escuela secundaria, que son los que tienen en general los cronotipos más nocturnos. O asignar a los estudiantes al turno según su cronotipo. En nuestro trabajo, además, vimos que más del noventa por ciento de los estudiantes del turno mañana duermen menos de las ocho horas recomendadas, y eso es preocupante. Tenemos que seguir estudiando todo esto. Como el cronotipo depende de la cultura y de los hábitos sociales, es importante analizar el efecto que tienen los horarios escolares a nivel local. La ciencia puede contribuir para lograr un mayor beneficio a la educación, realizando estudios y analizando el efecto de intervenciones que se traduzcan luego en recomendaciones basadas en evidencia, en este caso relacionadas con el horario de inicio escolar y su impacto en el sueño y en el rendimiento académico de los adolescentes”, concluye Leone.