Un dogo argentino que sufre sordera y no ladra fue rechazado dos veces por familias que lo devolvieron al refugio de dónde lo habían adoptado por su estado. “Es horrible, re triste. Lo mismo que le hacen a él se lo hacen a otras personas. Los discriminan por sus capacidades diferentes”, dijo una de las cuidadoras del refugio.
Las voluntarias de la guardería de Cipoletti que dieron en adopción a un perro con sordera no paraban de llorar luego de que lo devolvieran por segunda vez. “Es horrible, re triste. Lo mismo que le hacen a él se lo hacen a otras personas. Los discriminan por sus capacidades diferentes”, dijo María Acosta, una de las voluntarias.
El animal es un dogo argentino que abandonaron en la guardería y ahora la familia que lo quiso acoger, de Plottier, lo devolvió porque no ladra. “Hoy volvió al encierro, con esa carita llena de preguntas”, reza la publicación de la guardería en la red social Facebook. Ya lo devolvieron dos veces.
Acosta precisó que la familia lo adoptó por contrato hace una semana y media. Entonces, aclaró que le explicaron que era sordo. Era un perro de raza, no tenía problemas de conducta, y la casa donde iba a estar tenía las condiciones adecuadas para que estuviese contenido en un patio cerrado y al calor de un hogar que le diera cariño, de modo que vieron con buenos ojos la adaptación. Sin embargo, al cabo de unos días, la dueña de la vivienda se comunicó con las proteccionistas para manifestarles que el perro no ladraba. Al parecer, necesitaba uno que lo hiciera porque ya le habían entrado a robar.
Las voluntarias le explicaron que no podía ladrar, justamente por su discapacidad, pero si tuviese otro perrito al lado, seguramente reaccionaría, como sí lo hacía en la guardería. Luego, la mujer les dijo que estaba bien y que sus hijos lo re querían. Pero al día siguiente manifestó que no quería tenerlo. Recordó que las adopciones se realizan con un contrato de por medio, en el que la familia adoptante firma, se compromete y está de acuerdo con todos sus términos. Pero si la adaptación fracasa, tienen que ir por ellos nuevamente.
“Nosotros tratamos de que las adaptaciones sean buenas y para siempre, pero si eso no pasa, vamos a buscarlos porque velamos por sus vidas”, explicó. Pese al dolor de que este perrito vuelva a la guardería por segunda vez, las voluntarias no pierden las esperanzas de que al fin encuentre un hogar donde realmente lo quieran para amarlo y no para que ahuyente a los ladrones. “Ojalá que la gente nos ayude a buscarle una casa donde el perro no sea una alarma, sino que lo adoptan para ser amado”, concluyó Acosta.
Sin embargo, esta historia tiene un final feliz
El perro que habían regresado a la Isla Jordán ya tiene un hogar en Fernández Oro, donde sus cuidadores tienen mucho amor para dar y la particularidad de conocer muy bien los límites y desafíos que presenta esta discapacidad porque dos de sus integrantes son hipoacúsicos.
Cuando las voluntarias seguían recibiendo llamados de personas interesadas en adoptarlo, de la zona y más allá, de ciudades distantes como Santiago del Estero, Formosa y Bariloche, apareció “la familia ideal” para el perrito.
Decimos que es la familia “ideal” porque están muy familiarizados con la discapacidad y, por eso, saben muy bien cómo comunicarse con otros recursos y estrategias. Es una familia oriunda de Fernández Oro, de apellido Guerrero. Un matrimonio, con dos hijos, donde dos de sus integrantes son hipoacúsicos. Además, tienen dos perritas: Maruca y Chuleta. Todos viven en una casa con patio cerrado y mucho amor, donde los animales tienen hasta un sillón para ponerse cómodos.
Cuando la voluntaria de la guardería canina, María Acosta, recibió el llamado de la dueña de casa, y conoció un poco más su realidad familiar, cómo eran y vivían, supo que eran ellos los indicados. “La familia ideal”, aseveró.
Entonces, fueron a buscar al dogo que ni bien las vio se puso re feliz; y luego se trasladaron hasta Fernández Oro, donde la familia adoptante los estaba esperando con mucha emoción.
“Enseguida lo aceptaron como un integrante más de la familia. El dogo revisó la casa, corrió por todos lados, veía su reflejo en una ventana y ladraba; y ya se hizo amigo de las perras”, comentó Acosta.
De esta manera, después de llorar desconsoladamente porque la adaptación previa con una familia de Plottier no había resultado, las voluntarias al fin pudieron decir: “Lo logramos, y estamos re felices”.