En 1970 un ingeniero viajó a la Argentina para manipular los dispositivos, de manera tal que los mensajes pudieran ser espiados.

Una revelación, hecha a 30 años de la guerra de Malvinas fue confirmada por la filtración de un documento desclasificado, que incluyó también el agradecimiento de Thatcher “por la cooperación de los Estados Unidos en asuntos de Inteligencia y el uso de la isla de Ascensión”. Y Haig se disculpó porque, tras haber “analizado la situación con detenimiento” pensaba que había existido “una falla de inteligencia”.

Algo que no volvería a suceder, según un nuevo documento, todavía secreto, al que accedieron The Washington Post y la televisión pública alemana, ZDF.

Para reforzar la capacidad de espiar a los argentinos la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contaba con un recurso extraordinario: las máquinas de Crypto AG, una compañía suiza de encriptación. Vendidas a más de 120 países, entre ellos Argentina, permitían que Crypto pudiera acceder a los mensajes que se cifraran en ellas. Y la empresa, que existía desde la Segunda Guerra Mundial, era en realidad propiedad de la CIA y el servicio secreto alemán, BND, que la habían comprado en secreto en 1970, por USD 5,75 millones.

De ese modo el gobierno de Reagan logró hackear todas las comunicaciones de las fuerzas armadas de la dictadura argentina —se desconoce si la CIA también conocía las prácticas del terrorismo de Estado con más profundidad de la que han admitido sus documentos hasta la fecha— que se codificaban en los dispositivos CAD 500, por ejemplo. Leopoldo Galtieri, presidente de facto en ese momento, pagaba por esa tecnología e ignoraba que así facilitaba y financiaba su propio espionaje.

“En 1982 el gobierno de Reagan aprovechó la confianza de Argentina en el equipamiento de Crypto y canalizó la inteligencia a Gran Bretaña durante la breve guerra entre los dos países por las islas Malvinas —citó el Post, que empleó el nombre Falklands—, según el relato de la CIA, que no brinda más detalles sobre qué clase de información se pasó a Londres.

En general los documentos comentan la inteligencia recogida en la operación en términos amplios y ofrecen escasos detalles sobre el modo en que se la empleó”.

Luego de la derrota, los militares argentinos sospecharon de las máquinas, entre otros elementos. En 2012 se conoció, entre esos otros factores, que la CIA hizo análisis de fotografías aéreas que permitieron que Reagan compartiera con Thatcher un gran detalle de las fuerzas: “Los buques presentes incluyen el portaaviones 25 de Mayo sin aviones en la cubierta de vuelo”, detalló un documento sobre las observaciones en la base naval de Puerto Belgrano.

Otro informó sobre lo que se veía en “instalaciones militares argentinas” en las áreas de “Curuzú Cuatiá, Reconquista, General Urquiza, Mariano Moreno, Buenos Aires, Tandil, Mar del Plata, Bahía Blanca, Comandante Espora y Puerto Belgrano”, lo cual le permitió medir cómo se incrementaban o disminuían los despliegues: “Ocho Mirage III/V, un posible Mirage III/V y un probable 707 argentino están en el aeródromo de Tandil. Mirage III/V está en la pista, siete Mirage III/V están en los dos estacionamientos principales y un posible Mirage III/V en el área de mantenimiento. El 707 está en el estacionamiento con la puerta de carga del costado abierta”.

Al recelar de los dispositivos suizos CAG 500, los militares argentinos se quejaron a la compañía que, no sabían pertenecía a la Compañía. “Luego de la guerra de Malvinas, los argentinos descubrieron que los británicos y los estadounidenses habían penetrado sus sistemas”, dice el documento publicado por el periódico y ZDF. “Los argentinos, furiosos, convocaron a Henry a Buenos Aires para que lo explicara”.

Henry era el nombre en clave de Kjell-Ove Widman, un profesor de matemática que hoy disfruta de su jubilación en Estocolmo y no quiso hablar con la prensa. Además de científico, era un militar de la reserva que había colaborado con la inteligencia sueca y había mostrado admiración por los Estados Unidos durante el año que pasó en Washington en un intercambio estudiantil. Ahí le había quedado Henry: la familia que lo había recibido no podía pronunciar Kjell-Ove.

Su reclutamiento fue sencillo: luego del sondeo de rigor, a cargo de la inteligencia de Suecia, en 1979 viajó a Munich como candidato a un empleo en Crypto. Lo entrevistaron ejecutivos de la empresa y Jelto Burmeister, un oficial del BND.

—¿Usted sabe qué es ZfCh? —le preguntó por la Zentralstelle für das Chiffrierwesen, la autoridad criptográfica de Alemania Federal.

—Sí —contestó Henry.

—Bueno, ¿y entiende quién es realmente el propietario de Crypto AG?

En ese momento le presentaron a Richard Schroeder, “un oficial de la CIA destinado a Munich para gestionar la participación de la agencia en Crypto”, según The Washington Post. “Widman luego diría a los historiadores de la agencia que entonces su mundo se vino abajo. Si fue así, no dudó en incorporarse a la operación”.

Cuando le tocó ir a Buenos Aires como “consejero científico”, habló con los militares argentinos. “El asunto no era sencillo, dijo Henry”, según los nuevos documentos secretos de la CIA. “Parecía que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, de los Estados Unidos) había entrado a un sistema analógico de voz: esos sistemas eran notoriamente débiles, dijo. Pero los sistemas CAG eran inquebrantables”.

El sabía que los algoritmos habían sido tocados, pero sobre todo sabía que eso estaba hecho “con una prominencia técnica” que garantizaba que el hackeo fuera “imposible de detectar mediante las pruebas estadísticas habituales” y que, en caso de que se los descubriera, se podían “enmascarar fácilmente como errores de implementación o errores humanos”.

Acaso explicó eso. Lo cierto es que los militares de la dictadura creyeron en él: “El engaño funcionó. A los argentinos les costó tragárselo, pero siguieron comprando el equipamiento CAG”, dice el documento.

 

Diario Veloz

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