Rodolfo “El Ruso” Lohrmann tiene 54 años. Entre 2003 y 2016 fue el argentino más buscado por Interpol, acusado de ser uno de los cabecillas de la banda que secuestró a Cristian Schaerer (21), un joven correntino por el que su familia pagó 277.300 dólares de rescate y que nunca apareció.
Durante sus años de fugitivo se dijeron muchas cosas: que se operó el rostro, que volvía a Buenos Aires para ir a alentar a San Lorenzo, que vivió en Paraguay y se dedicó al tráfico de marihuana, que murió de sobredosis, que lo enterraron con otro nombre.
Pero en febrero de 2017 la noticia sorprendió a todo el país: Lohrmann y su cómplice, José Horacio “Potrillo” Maidana, llevaban tres meses detenidos en Portugal, por cuatro asaltos a bancos (por los que sería condenado a una pena de 18 años). La Policía local lo investigaba desde hacía 12 meses.
La familia del joven correntino pagó un millonario rescate pero nunca apareció. “A todo este lío lo armó un caño largo arrepentido”, dijo
“El Ruso” tenía en su poder un pasaporte búlgaro, por eso se reveló su verdadera identidad tiempo después. Nunca aceptó entrevistas y siempre se negó a declarar en sus causas.
Un periodista de Clarín, por intermedio de su abogado Lopes Guerreiro, le hizo llegar una carta con 11 preguntas. Las respuestas llegaron en un sobre, a la redacción. Partieron desde el Establecimiento Penitenciario de Monsanto, el 22 de agosto. La carta, de 40 páginas, fue recibida en destino la semana pasada. Aquí, la versión y la vida del secuestrador y delincuente, en primera persona.
1-Infancia
“…Nací en Concordia, Entre Ríos, ciudad en la que viví hasta mis cinco años. Soy de febrero de 1965. Las familias de mi padre y de mi madre se dedicaban a lo mismo: eran pequeños agricultores. La paterna había llegado a Argentina huyendo de Hitler. Se instalaron en una de las tantas colonias de alemanes de la zona. La materna, en cambio, provenía de Holanda; de ahí mis apellidos Lohrmann Krenz.
De mi infancia recuerdo que viejo se rompía el alma para que no nos faltara nada. Ni a mí ni a mi hermana, que era dos años mayor. Yo siempre lo ayudé en su trabajo: ya sea repartiendo fardos en un tractor o acompañándolo en el camión que había comprado para trabajar por su cuenta. En esa época ya vivíamos en Lima, una ciudad que pertenecía al partido de Zárate, al norte del Gran Buenos Aires. Durante el resto del día jugaba al fútbol y practicaba remo. Como crecí rodeado de ríos, de chiquitito aprendí a pescar y a cazar.
Aunque la prioridad siempre fueron los estudios; eso es lo que más nos pedían nuestros padres. Y les cumplí: terminé la secundaria; al último año lo rendí libre. Hablaba alemán a la perfección, ya que en mi casa se hablaba en ese idioma. En esos años de mi infancia y comienzo de la adolescencia la pasé bien chévere. Puedo decir que como un niño de pueblo, fui feliz. No había grandes lujos pero jamás faltó algo en mi casa. En los veranos nos íbamos de vacaciones en familia a Mar del Plata, o a Córdoba, o a San Luis, o a Entre Ríos. Casi siempre a casas de familiares.
A mis 11 años me compré mi primera moto y con lo que me pagaba mi papá por ayudarlo en el trabajo me iba a jugar a los bares a jugar al billar, al pool o a las cartas. Era bueno en el truco. Aun hoy mi mamá guarda algunos de los trofeos que gané. Yo mismo me compraba zapatillas a la moda y los Sacachispas. Mi casa fue de lo más normal: mis padres no bebían ni fumaban, y nunca los vi discutir.
Papá no nos levantó la mano ni una vez; la viejita a veces nos daba una palmada en las nalgas, pero como toda madre, cuando sus hijos hacían travesuras. Todo como en la gran mayoría de casitas de pueblo. Hasta que el diablo metió la cola en mi camino y tropecé. Quise ser odontólogo y aviador. Pero a los 15 años agarré una pistola, me la puse en la cintura y no me la saqué nunca más. Yo pienso que era mi destino. Que estaba marcado, como el de tantos delincuentes…”.
2-Los primeros robos
“…De niño siempre tuve esa adrenalina en el cuerpo. Desde mucho antes de meter mi primer caño. Me gustaban los retos difíciles o casi imposibles. Los encaraba con las antenas paradas. Claro que sé que hay cosas difíciles y que cuestan conseguirlas, pero para mí lo imposible no existe. No soy de los que bajan los brazos y se rinden rápido.
La cuestión es que a mis 14 años había conocido a un viejo al que apodaban “Pacho”. Tenía 55 años y empezamos a cruzarnos en los pueblos. Más que nada en los campeonatos de truco, las carreras de perros y las jineteadas. Con el tiempo empezamos a ser pareja de truco y nos fuimos haciendo amigos. Vivía en Zárate y tenía una carnicería en Campana. Yo salía con su hija, que tenía mi edad. A veces me quedaba a dormir en su casa. Tal era la confianza que hasta me contó que había estado preso un par de veces. Y un día me preguntó si yo sabía manejar camiones. Respondí que sí: mi papá me había enseñado a mis 11, y yo me la pasaba arriba del camión.
Ahí nomás me contó su plan: decía que un amigo suyo, dueño de un frigorífico y matadero, compraba vacas robadas. Pagaba la mitad de lo que valían en el mercado legal. Acá quiero hacer una aclaración. He leído en Internet que los periodistas dicen que comencé en el hampa como cuatrero, y eso no es cierto, como el 80 por ciento de las cosas que se publicaron sobre mí. Cuatrero es el que se roba una o dos vacas, y a pie. Nosotros empezaríamos a robar camiones repletos de vacas. Lo nuestro era robo automotor y robo de ganado mayor.
Pero vuelvo a la historia: mi rol sería manejar el camión que “Pacho” iba a robar. Desde que me lo propuso, era como que estaba viviendo un sueño. El único problema era que no tenía experiencia conduciendo semirremolques o con acoplado, que eran los camiones que usaban los que iban a Mataderos. El de mi padre era un chasis. Manejar ese tipo de camión sería uno de los retos más difíciles de mi vida. No podía contarle eso a “Pacho”; se me derrumbaría el sueño que estaba viviendo. Los miedos no podían vencerme; me tenía tanta fe como si los hubiese conducido de todo la vida.
El día que salimos a buscar el camión yo lo hice como si fuera un profesional del robo. Nos decidimos por uno de la ruta 9. Lo cruzamos entre San Pedro y Baradero. “Pacho” hizo sonar la sirena que llevábamos en el auto y con una linterna le hizo señas de parar, como si fuéramos policías de civil. Lo encañonó en cuestión de segundos: lo ató con precintos y lo pasó al baúl del auto. Yo me subí al camión y puse primera, como si fuese mío de verdad. En mi cintura tenía un revólver calibre 38. Llegué a destino preocupado; pensaba cómo podría hacer para meter el camión de culata. Pero todo saldría bien. Iba con la bendición de Dios y el Gauchito Gil sentado a mi lado.
Duramos cuatro años robando camiones. O no: mejor dicho, atracando las vacas. Porque nosotros terminábamos devolviéndole el camión al camionero. Esa fue una de las tantas cosas que me enseñó mi maestro “Pacho”…”.
3-Doble vida
“…Robaba camiones todos los días pero nunca dejé de ir al colegio. Mis padres tenían una prioridad, y era de que yo terminara mis estudios secundarios. Por supuesto que no sabían nada de mis robos. Les mentí diciendo que trabajaba en la carnicería de “Pacho”, y como la Ford F 100 0KM que me compré estaba a su nombre, les decía a mis padres que me la prestaba mi jefe. Con esa camioneta, y sin carnet por tener apenas 16 años de edad, me iba los sábados a los cines de la avenida Santa Fe. Con mi noviecita entrábamos a ver películas de estreno, como E.T. Fue en 1981. Eso era algo impensado para un paisanito como yo. Podía gastar muy poco de toda la plata que ganaba. No quería que se dieran cuenta de mi otra vida. Durante un año y medio les mentí diciéndoles que tenía que presentarme como voluntario del Servicio Militar obligatorio.
Vivía en las 11 hectáreas que me había alquilado. Que Dios me perdone por haberle mentido a mis padres. En esos tiempos, 1982, 1983, también me compré un camión y un horno de ladrillos para que ningún vecino sospechara de mi verdadera actividad. Tenía cuatro borrachitos en una especie de bar que solo me daba pérdidas, pero no me importaba. Me abrí tres carnicerías en las que se vendía todo lo que robábamos, pero nunca les conté a mis padres. Hasta que en 1985, con 20 años, la Policía nos allanó la estancia. Nos encontraron no sé cuántas jaulas de vacas, cerdos y caballos. Esa fue mi primera causa. Pasé nueve meses preso en la Unidad de San Nicolás. Fue el tiempo perfecto para conocer gente que robara. Eso era lo que tanto buscaba.
Las cárceles eran, y son, una escuela de delincuentes y contactos para quien se quiere dedicar al rubro. Imagínense: yo era de un pueblito de 4 mil personas, todos trabajadores. Estar en un pabellón me sirvió para conocer gente del ambiente, y relacionarme con los que iban a ser los integrantes de mis primeras bandas. Agendaba sus números en una agendita. Yo sabía que afuera nos íbamos a ver. Y lo hicimos: empezamos a robar casas, autos, fábricas, camiones de reparto de cigarrillos. A veces nos tocaba uno de golosinas y lo descargábamos en las villas de la zona norte del Conurbano: los vecinos nos amaban porque le regalábamos todo a los niños.
Además, metíamos caño en los hospitales o municipalidades, siempre buscando los sobres de los sueldos de todo el personal. Robábamos todos los días. Pero mis mejores hechos serían después de mi segunda estadía en prisión, donde conocería a mis futuros compañeros. Durante cuatro años me recorrí una buena parte de todas las cárceles bonaerenses: ingresé a la 9 de La Plata, me trasladaron a Olmos, de ahí a Sierra Chica; me dieron la libertad estando en la de San Nicolás. Mi viejita no me faltó a una sola visita. Cada miércoles estaba firme en el patio, esperándome. A Sierra Chica tardaba casi un día en llegar y otro en volver.
Mi mujer tampoco me falló. Con ella tuve mis dos primeros hijos. Ni bien fui libre, pasé a ver a mi mamá. Almorcé con ella, compartí tiempo con mi papá y mi hermana. Me despedí y me subí a mi auto: mi destino era la villa San Pablo, en Pacheco. Llegué a eso de las 16 y me encontré con una banda de 15 ladrones armados. A muchos los conocía, a otros me los presentaron. Estaban haciendo tiempo para ir a robar la recaudación de un hipermercado famoso de aquellos tiempos. Me hicieron un lugar en el equipo y a las horas, con dos maletas llenas de dinero, empezó el festejo de mi libertad. Armamos una mesa larga sobre uno de los pasillos, hicimos un asado y compramos 300 gramos de cocaína y un pedazo grande de marihuana. La fiesta duró una semana. Te diría que buena parte de la villa pasó a saludarme y a comer algo de carne. Con esa banda comenzaría a robar mis primeros bancos y camiones blindados…”.
4-Pasión por los viajes
“…Empecé a salir del país para robar. Con una banda de zona norte robamos bancos y blindados en Bolivia, Paraguay, Perú y Ecuador. Eso fue entre fines de los ’90 y comienzos del 2000. Pero hoy, la lista de países que conocí supera los 50 destinos. Hay que tener en cuenta que durante 13 años no volví a Argentina. Hablo portugués y alemán a la perfección. Me defiendo, y mucho, con los idiomas francés, inglés, búlgaro, rumano y ruso. En Europa también viví y asalté en Lituania, Grecia, Serbia y Montenegro, Moldavia y Eslovaquia, entre otros. Estuve hasta en Asia y en África. Robé en todos lados.
Algunos detalles prefiero guardármelos, para el día que decida escribir un libro sobre mi vida. Digamos que respeto para hacer mis cosas solo le tuve a Canadá y Estados Unidos. En Centroamérica conocí, delinquí y hasta tengo familia en países como Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala.
Amo viajar, pero si tengo que recordar un viaje, uno solo, no lo dudo. Fue uno que duró dos meses. Es un recuerdo que me voy a llevar conmigo a la tumba. Siempre viví como quise, desde lo material. El problema de ser delincuente es cuando llega lo amargo, como ahora, que estoy escribiendo todo desde una celda de una cárcel portuguesa. La vida que elegí me permitió comprarme un bus de línea que pagué para transformarlo en casa rodante. Ese fue uno de mis mayores gustos. Y una mañana, junto a mi pareja y dos matrimonios más, decidimos partir hacia una aventura.
Por suerte las anécdotas e historias de mi vida no son solo de robos. Salimos desde Mar del Plata. Bajamos con el objetivo de llegar hasta las Islas Malvinas, pero no pudimos. A la altura de Río Negro cambiamos de ruta y encaramos para Chile. La nieve hizo que nos quedemos varados un par de días. Volvimos a Argentina por Mendoza y subimos hasta Jujuy. Cruzamos la frontera y recorrimos Bolivia, Perú y nos desviamos hasta Machu Picchu. Parábamos a sacarnos fotos en todos lados. El próximo destino fue Quito. De ahí, a disfrutar las playas ecuatorianas. Seguimos hasta la frontera y nos fuimos a Colombia: paramos en Pasto, Cali, Buenaventura.
En Medellín nos dimos el gusto de conocer el barrio Pablo Escobar, y escuchar sus leyendas. También nos sacamos fotos en la plaza Botero, con las esculturas del artista de fondo. Lo mejor de ese país fueron las playas de Cartagena: dejábamos el micro y nos subíamos a lanchas que nos llevaban a lugares paradisíacos. Resumo el resto: subimos hasta Caracas, Venezuela. Bajamos hasta la frontera con Brasil y subimos el micro a un barco. Te diría que recorrimos Brasil de punta a punta. También hacíamos turismo: fuimos al Cristo Redentor y al Pan de Azúcar. La última parada sería en Montevideo. Un ferry nos dejó de vuelta en Buenos Aires…”.
5-El caso Schaerer
“… Luego de robar por Sudamérica regresé a Argentina en 2002. Estaba todo mal en el país. No había dinero con eso del corralito y todo el mundo tenía sus ahorros en la casa. Cómo sacárselo era la pregunta del millón. Yo, casas de escruche, fueron muy pero muy pocas las que hice. Entonces me armé una banda para hacer secuestros y así empezó todo otra vez haciendo líos por todos lados. Y cada vez más ruidos hasta que pasó lo que tú debes haber escuchado… de la acusación que me hacen del caso de Cristian Schaerer no te puedo decir nada.
Cuando vinieron a visitarme el Juez federal, el fiscal y el fiscal general de la República, no declaré. Hablamos de la vida, de todo un poco, pero cuando me quisieron interrogar, dije que no iba a hablar. Me ofrecieron arreglos de todo tipo, protección y todo lo que ya conoces de la Ley del arrepentido. Y una condena menor a la mitad de la que me correspondería si declaraba pero me negué a hacerlo.
Mi abogado me trajo la causa completa: los fallos, las condenas y todo lo que hay en Casación. De eso por ahora es mejor no entrar en detalles. Lo único que te digo es que a todo este lío lo armó un caño largo arrepentido que no aguantó la presión del zapato que le apretó el pie. Y para limpiar su culo hizo condenar a 25 años a todo el mundo tirándole mierda a los demás. Contó mentiras y metió en la bolsa a mujeres, niños, abuelas, estudiantes.
Hay como 15 personas inocentes para cuando en esos trabajos no participan más de 4 o 5 personas. A la mayoría le dieron 25 años y yo sé que me espera lo mismo. A su debido tiempo te voy a ir contando cómo va a correr todo esto y terminar este cuento. Por carta solo podemos hablar bien sobre mis delitos prescriptos o los que ya no tengo que pagar…”.
6-Los años de clandestinidad
“…Durante los primeros tiempos de mi pedido de captura internacional regresé varias veces a Argentina. Lo hacía por una de mis mujeres: le habían detectado un cáncer y sentía que eran sus últimos meses. Me las ingeniaba mucho para aparecerles por sorpresa (a ella y a nuestra hija) y nos íbamos juntos hacia el sur o el norte. Todo se cortaría en el aeropuerto de Ezeiza. Resulta que yo estaba viviendo en Paraguay. Pero en una de mis escapadas a Buenos Aires quise ir a buscar a una mujer paraguaya. Ella esperaba una bebé mía. No alcancé a llegar a la zona de arribos que me encontré con mi foto por todos lados. Decía “buscado” y se ofrecían cien mil dólares de recompensa. Me fui sin dudarlo. También encontraría la misma foto en Retiro, Constitución y Liniers, y en todos los diarios y noticieros.
Me contaron que en Paraguay era igual: todo estaba empapelado con mi cara y una oferta de recompensa para el que aportara datos para dar con mi paradero. Entonces, me dije “’Rusito’, se calentó el horno”. Tuve que decidir otra vez más: mi familia o mi libertad. Me hice un plano para llegar a la Triple Frontera. Recién del otro lado decidiría cuál sería mi rumbo. Llegué a los dos días a la zona de frontera, aún sobre tierra argentina. Todo debía ser al milímetro; no me quedaba otra que moverme sereno, concentrado, tranquilo y con las antenas paradas. Dar pasos firmes y seguros.
Así, gracias a mi seguridad y mis conocimientos, y con la ayuda de mi Diosito bello que nunca me abandona y del Gauchito Antonio Gil, que es un siervo de Dios aquí en la tierra, pasé del otro lado como cualquier turista. Me quedé 10 días en Brasil y desde ese momento no paré de moverme. Los pasaportes nunca me duraban más de un año, que ya no tenían espacio para más sellos.
Siendo el argentino más buscado por Interpol, Europol y todos los servicios secretos me moví infinidad de veces por las ciudades más importantes del mundo y los aeropuertos más controlados, donde según la Policía “no se les escapa nada”. ¿Saben cómo lo hice? Con mi cara de piedra y mis energías y fe. Esos momentos previos a presentar mi pasaporte eran una adrenalina que no me la dio ninguna droga y ningún robo. Y el “bienvenido a nuestro país” luego de recibir el sello es una satisfacción increíble.
Durante uno de aquellos años viví en una mansión con 11 amiguitas. Nunca me escondí debajo de una cama. Me la pasé por el mundo, robando por todos lados. Las distintas policías me tuvieron frente a sus ojos y no me encontraron. A mis compañeros les ofrecieron hasta la libertad a cambio de delatarme. Pero ahí estuvo mi astucia: nadie sabía de mi vida. Nadie sabía dónde vivía. Nunca. No confié ni en mi sombra. Tuve procesos penales en España, Bulgaria, Portugal y otros países.
¿Que si en algún momento tuve ganas de entregarme? Bueno bueno, aquí ya me faltas el respeto descaradamente, hermano. ¿Cómo se te puede ocurrir que se me cruzaría por la cabeza entregarme? ¡Nunca jamás! Ni en las circunstancias más apretadas… cuando más apretado estoy más fuerte me pongo; con el espíritu de Dios que habita dentro de mi corazón, que me fortalece y guía mis pasos…”.
7-Mitos
“…Ya lo dije al principio de la carta: el 80 por ciento de todo lo que se escribió sobre mi es mentira. Yo leí todo. No sé si es porque los periodistas no tienen qué decir o inventan o si es información que les pasa la Policía para justificar que nunca pudieron encontrarme. Informaron, entre tantas mentiras, que en todos estos años como prófugo de la Justicia me dediqué al narcotráfico de marihuana en Paraguay y Brasil. ¿En qué cabeza cabe? Por Dios, hombre; qué tontería.
Miren un poquito mis antecedentes y verán que todos son por robos. A los narcos yo les rompería la cabeza por infectar a la juventud del mundo entero. Nunca vendí un solo gramo. Si a los 51 caí en Portugal por robar bancos, ¿cómo se les ocurre que diez años antes me podría haber dedicado a vender droga en Paraguay? Lo mío es meter caño. Toda mi vida me dediqué a los bancos y blindados. Son mi especialidad. Otra mentira es la de mis operaciones. Nunca me toqué la cara, ni nada. Hacerlo hubiese sido una falta de respeto a Dios; no confiar en su protección. Mi fe mueve montañas, por eso nunca cambié mi fisonomía.
Lo más triste de las mentiras fue el sufrimiento de mi familia: como la Policía nunca más supo de mí, inventó que me habían matado en Brasil y hasta el nombre con el que me habrían enterrado. Otra versión fue que había muerto de sobredosis. ¡Por Dios! ¿Sobredosis de qué?; ¡Sobredosis de agua o de delitos podría morir! Si yo no consumo nada hace 20 años. Eso de que les pagué millonadas a la Policía para que me dejaran escapar de un control de tránsito no es tema de conversación para mí. Hablar de asuntos de ese estilo sería quebrar mis códigos como delincuente y eso nunca me lo permitiré. Me estaría cavando mi propia tumba.
El día que estemos jubilados y nos sentemos a comer un asado o a tomar un café conversamos de esas cosas, sin comprometer a nadie. ¿Qué volví a Argentina siendo el más buscado para ir a ver a San Lorenzo? ¡Por Dios, no me creas tan demente, hombre! Eso es otra mentira del periodismo y la yuta. Es una ofensa para mi persona. Sí, San Lorenzo es mi equipo; solo eso. No me da ni me dio nada…”.
8-Extradición
“…Mi primera causa es de 1985: estuve nueve meses detenido y me fui bajo fianza. Volví a prisión en 1990: pasé cuatro años y como nunca fui condenado salí en libertad por exceso de preventiva y bajo fianza. Lo mismo me pasó con una causa de 1995, por el robo de un banco. Cumplí tres años y medio, y como no tuvimos juicio, pagué una fianza y obtuve el beneficio de exceso de Preventiva. Además en aquellos tiempos estaba en vigencia el “2×1”.
Mi primera causa fuera de Argentina fue en 2005. Me detuvieron en España. A los cuatro años me dieron un permiso para salir y nunca me reintegré. Es una causa que tengo abierta. Voy a pedir pagar los años que me faltaron en Argentina. La anteúltima fue en Bulgaria, en 2011. Estuve dos años y medio hasta que pude hacer una fuga de película, espectacular; ya te la contaré algún día personalmente. Es que en ese país aún debo responder por el robo de un camión blindado y la fuga. Quiero llevar esa causa para Argentina y hacer un solo cúmulo de condena. Sé que me llevará un tiempo armar el rompecabezas de causas que tengo, pero en Bulgaria haré un arreglo con el juez para que todo sea más rápido y pueda ir a Argentina a cumplir una condena acumulativa.
Cumplí condenas en otros países, pero son delitos que ya están prescriptos. Solo me están pidiendo de España, Bulgaria y Argentina. Me interesa ser extraditado a mi país y hacer una pena única. Estoy hablando con mi abogado para ser penado cuanto antes en Portugal, así poder ser trasladado a Bulgaria. En ese país el Consulado argentino me puede ayudar para ser extraditado rápido a mi país. Las cosas se están demorando pero calculo estar por allá para el año que viene y resolver mi situación. Sé que tengo un camino para recorrer todavía. Pero quiero que sepas que no bajaré los brazos…”.
9-Familia y estilo de vida
“…Tengo siete hijos (dos varones y cinco mujeres): tres viven en Lima, uno en Campana y otro en Buenos Aires. A todos los crié y los vi crecer. En Paraguay y en Bolivia viven mis últimas hijas mujeres, a las que no pude conocer. La vida que elegí muchas veces me obligó a optar entre estar preso o alejarme de ellos. Les falté en muchos momentos importantes. Pero por suerte Dios amado me ha bendecido: la mayor estudia en la Universidad de Campana y le faltan meses para recibirse. El que le sigue, cursa Ingeniería ahí mismo. Se recibe el año que viene. Trabaja en una Central nuclear. El segundo varón es empleado de un club y otra mujer ya se casó y tiene un almacén. La adolescente está cursando la secundaria.
Gracias a Dios ninguno me salió delincuente. Yo soy la única oveja negra de la familia. El resto son todos sanos. Es lo que siempre pedí en mis oraciones de todos los días. En mis casas jamás hablé de robos, ni recibí a ladrones amigos o compañeros. Debo reconocer que tuve épocas de andar en la noche, de boliche en boliche, que probé todo tipo de drogas. Me quería comer el mundo. Todo era muy nuevo para mí, que hasta los 19 años había vivido en un pueblito. Hasta que me di la cabeza contra la pared. La noche me golpeó. Porque uno puede escuchar consejos, pero solo aprende dándose la cabeza contra la pared.
La joda es la perdición del delincuente. He llegado a estar una semana de festejo, con maletas repletas de billetes y pistolas. Bueno, todas las personas tenemos etapas. ¿A ti te parece que un delincuente puede hacer todo eso después de ir a jugarse su vida y su libertad? Gracias a Dios superé esa etapa. Desde 1999 (tenía 34 años) vivo y robo para mi familia. Después de cada asalto vuelvo a mi casa a disfrutar de mis seres queridos. Mis vicios pasaron a ser los churrascos a la brasa en familia. Mi especialidad en la parrilla es el asado y los matambritos de ternera. Tomo agua. No fumo ni consumo alcohol ni drogas.
Mis mujeres, si bien sabían que me dedicaba a la delincuencia, no tenían ni idea de lo que hacía. De mi boca nunca salió nada y tenían prohibido preguntarme sobre mis robos. Eso me aseguraba que si la Policía allanaba sus casas nunca iban a poder declarar nada. De todas formas, muchas veces se las llevaron detenidas. Solo por mí. Como no me podían encontrar, las trasladaban a la comisaría para que yo me entregara. En una oportunidad demoraron a 70 familiares: la Policía me buscó en las casas de todos y se los llevó. Por suerte los largaron a los días, cuando se convencieron que nadie sabía nada de mi vida, que eran todos sanos.
Otra cosa que hicieron fue llevarse a una de mis mujeres y a nuestra bebé a la comisaría y amenazarla: le dijeron que si no colaboraba con información sobre mi paradero la enviarían a la cárcel, y la bebé terminaría en un centro de menores, de niños de la calle. Tener que alejarme de ellos fue lo más duro de mi vida. Cortar la relación y ni siquiera poder llamarlos por teléfono fue más triste que estar preso. Muchísimas veces allanaron la casa de mis viejitos. Rompían todo. Una vez, hasta les rompieron el piso diciendo que ahí abajo debería haber un túnel por el que yo me escapaba.
En el velatorio de mi padre había más policías de civil que familiares. El día del cumpleaños 78 de mi viejita no me importó nada y la llamé. ¡Pobre, no paraba de llorar! Desde mi última detención retomé el contacto con todos. El problema es que solo puedo hacer dos llamadas semanales. Pero fue durísimo estar alejado de ellos; no saber de sus vidas. Aunque yo había programado mi cabeza para sufrir lo menos posible. Soy duro, y puedo lograrlo si me lo propongo…”.
10-Mi presente
“…Desde 2016 me encuentro detenido en el Establecimiento Prisional de Monsanto, ubicado a 275 kilómetros de Lisboa. Es una cárcel de máxima seguridad, de terroristas. Es una pequeña Guantánamo de Portugal. No somos más de 50 internos. La Policía me detuvo por cinco robos a bancos. Recién a los tres meses se enteraron de mi verdadera identidad. Ciertos detalles prefiero contártelos cuando nos encontremos personalmente. Sin esos detalles sería muy difícil de que entiendan algunas cosas. Prefiero contar cómo son mis días aquí: nos pasamos 22 horas encerrados en nuestras celdas. Las restantes podemos salir al patio, que es muy chiquito.
Todos los días corro entre 8 y 14 kilómetros (cinco minutos para cada lado, para no marearme) y hago 2.000 abdominales. Una vez a la semana juego al fútbol y en la biblioteca leo mucho y juego al dominó, al ajedrez, a las cartas. Las visitas son como en las películas: tras un vidrio, por un intercomunicador, y mientras nos filman. Me tienen incomunicado. Las dos llamadas semanales no me alcanzan para hablar con toda mi familia. Así y todo siento que siempre que llovió, paró. Que lo que no nos mata nos fortalece; nos engorda.
Mira, en estos años siendo el prófugo más buscado estuve preso en una de las cárceles de Valencia. En Argentina nadie sabe de mi estadía en ese lugar. Allí había tres piscinas: una olímpica, para las competiciones; otra para todos los días. La tercera era exclusiva para las detenidas que cumplían condena con sus hijos chiquitos. Es que todo era mixto: tanto en los talleres de trabajo como en los cursos y otras actividades éramos 20 hombres y 20 mujeres.
Trabajando me gané 4 mil euros en un año. Aunque solo lo hice para que el Juez valorara mi conducta para un posible beneficio de libertad anticipada. Te imaginas que rápidamente me hice de una noviecita. Y para que no folláramos a escondidas o en los baños el director permitía dos encuentros de tres horas cada siete días. Uno podía anotarse con ella en cocina, panadería, informática o teatro y pasar el día juntos. Solo nos separaban para almorzar y dormir. Pero en esos años que estuve preso en Valencia follé más que en libertad. Esa es solo una pequeña de las tantas anécdotas que viví en mi clandestinidad, mientras las policías de todo el mundo me buscaban sin tener la menor idea de dónde estaba…”.
11-Conclusiones de un “ladrón de corazón”
“…Soy ladrón de corazón y no de hambre. Si no, mirá de dónde me hice, y hasta el día de hoy lo soy y me moriré así. En Lima, el pueblo de mi infancia y adolescencia, había cuatro familias de clase media-alta. Una de ellas era la de mi primera mujer. Ahí también tuve la oportunidad de trabajar y vivir bien. Pero preferí esta vida.
Otra historia para confirmar mi teoría ocurrió en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Conocí a una mujer que era dueña de dos centros comerciales. Me ofreció todo su dinero y quedarme a vivir en sus mansiones. Y yo que no. Estaba haciendo un curso de aviación y me robaba todas las sucursales de una casa de cambios reconocida a nivel mundial. Las veces que asaltábamos un banco, con mis compañeros nos escondíamos en sus mansiones. ¿Quién nos buscaría en esos lugares?
Salí de un pueblito de paisanitos y te puedo asegurar que robé mucho más que muchos caños largos que hay por ahí contando solo mentiras o hechos que hicieron otros. En mis épocas de Argentina llegué a robar con tres bandas distintas en un día: de 5 a 11 de la mañana robaba pequeñas camionetas cargadas de tela o ropa que salían de las fábricas o comercios de la zona de Munro. A las 13 tenía que estar en el centro para sumarme a una banda de salideras bancarias. Y después podía recibir invitaciones de bandas de boqueteros, o de autos, o de entraderas, o de hipermercados o comercios grandes.
En total tengo 11 disparos en mi cuerpo. A todos los recibí en asaltos. Los tres primeros fueron en Buenos Aires y el resto en el exterior, y de a uno por vez. Lujos me he dado muchos gracias a mis robos. Pero no le recomiendo a nadie la vida de delincuente. Por eso nunca quise que mis hijos lo fueran. Reconozco que lo que hago no está bien. No niego todo lo que hice en mi vida, ni estoy arrepentido.
La conclusión es que los robos pueden darte mil cosas buenas en lo material, y que nada de todo eso vale la pena cuando no puedes ver crecer a tus hijos, darles el cariño que necesitan o los consejos de un padre. Son cosas que no valen ni todo el oro del mundo junto. Es un tema muy extenso. Lo terminamos de conversar el día que nos conozcamos en Buenos Aires.
Tengo muchas historias por contarte. La carta es solo el 00000,1 por ciento de mi vida, jajajaja. Un fuerte abrazote de oso y que la paz de Dios nuestro Padre y Jesús Cristo nuestro Señor esté siempre contigo y tus seres queridos. Mirá, cuando pases por el Gauchito Gil por favor déjale una vela prendida de mi parte, ¿ok? Gracias, bendiciones y hasta pronto. Rodolfo, el Ruso”
Fuente: Nahuel Gallotta
Clarin