Tucumán y Bolívar, a menos de dos cuadras de la comisaría 1º de Capital. Martes 7 de enero a las 11, horario “pico” en el microcentro correntino. Un motochorro forcejea con una mujer para robarle la cartera. La víctima ofrece dura resistencia. Entonces, se acerca el segundo delincuente y le suman más violencia al atraco. Finalmente, huyen con las pertenencias ante la incrédula mirada de la damnificada.
La mujer, docente ella y de nombre Andrea, caminaba rumbo a la obra social IOSCOR. Llevaba una suerte de bandolera que tenía su teléfono celular, unos $500, sus documentos personales y tarjetas de crédito y débito.
El primero de los delincuentes la sorprendió desde atrás y se prendió de la cartera. “No quería que me sacaran lo poco que tenía”, dijo Andrea para graficar la defensa traducida en forcejeo con el malvivientes.
Ante la firmeza de la oposición, fue el turno de la intervención del segundo malhechor. Por la diferencia física y de fuerza, la profesora no tuvo chance alguna de defensa de sus pertenencias.
Con el producto de sus fechorías, los ladrones huyeron mientras la mujer se lamentaba por la pérdida de sus pertenencias pero agradecida que la violencia ejercida en el robo no significó lesión alguna. A su alrededor, una decena de personas fueron testigos absortos del asalto.
Los ladrones demostraron no tener un mínimo de preocupación por la cercanía de la comisaría y de los efectivos policiales. Tampoco les interesó que se tratase del atestado microcentro y la posibilidad de que algunos de los tantos circunstanciales transeúntes pudieran salir en defensa de la víctima. No demostraron temor alguno. Entonces sólo queda preguntar ¿a qué le tienen miedo los malvivientes? A los uniformados, seguro que no.