Cyril Aggett tiene 86 años y hace seis que murió su mujer Shirley, en Inglaterra.

Desde entonces, su vida dio un vuelco total. Se siente solo, no tiene nadie con quien hablar y extraña a su esposa.

Pero gracias a la ayuda que recibió de un instituto, al menos tiene con quien comer y charlar todos los días para llevar mejor su soledad.

Este abuelo vive justo enfrente del colegio secundario Coombe Dean en Playmouth, en el sur de Inglaterra.

Durante más de 15 años, Cyril y Shirley iban a almorzar al comedor del instituto: les gustaba la comida, tenía un precio accesible, evitaban tener que cocinar y, además, pasaban un buen rato con los chicos del colegio.

Sin embargo, tras la muerte de su esposa, Cyril se hundió en una profunda depresión: no fue capaz de salir de su casa durante casi un mes y tuvo que ser una llamada del propio colegio la que lograra que volviera a sentirse persona.

Lo pudieron convencer para que volviera a almorzar con ellos y, por suerte, no hubo marcha atrás.

El abuelo ya no dejó de ir a comer al colegio: lo hace cuatro días a la semana, los que está abierto el comedor, y es una persona feliz que habla con los estudiantes y pasa un buen rato rodeado de gente joven que lo anima.

El abuelo de 86 años quedó viudo y entró en una profunda depresión.

Reconoce que en el último año no quería ni levantarse de la cama, pero volver al instituto lo ayudó a recuperar su amor por vivir.

Cyril recuerda que tuvo bajones, como “hace un par de meses, que en realidad no me levantaba hasta las 2 de la tarde, aunque hiciera un día estupendo. Creo que fue Shirley la que me dijo ’ponete los calzoncillos y salí a la calle’. Volver aquí me sacó de mi cueva otra vez”.

El hombre bromea con la próxima Navidad: “No creo que deberían irse de vacaciones”.

De todas formas, no le faltarán alimentos: le dieron comida para cada día, de tal manera que solo tenga que sacarla del congelador y calentarla.

Eso sí, le faltará compañía hasta que los estudiantes regresen a estudiar.

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